miércoles, 18 de agosto de 2021

  Morales Margarita del Carmen

     Cuentos para ser contados Un desafío para narradores
     1ª ed. La Plata  Servicop-Universidad de La Plata 2015      
     nº de pag. 116 y tamaño 21x15 cm.)
      ISBN 978-987-595-232-4
      1. cuentos de ficción  1.Título
       CDD A863          
Hecho el depósito que prevé la ley 11.723
Idioma Español - lenguaje Argentino
Impreso en Argentina
e-mail: margaritadelcmorales@gmail.com




   
Breve reseña histórica de la narración

La narración oral surge con la aparición del hombre y los ritos tribales, son historias populares que pasan de boca en boca. Según Carrasco es la forma más antigua, el primer cuento del que se tiene noticia fue inventado por los sacerdotes mesopotámicos para explicar el cielo. Comienza cuando el hombre necesita buscar el origen de los cambios de climas y las transformaciones que sufren la tierra en las distintas estaciones. Esas son las formas iniciales de la narración, empieza en forma oral, nada se registra, se transmite de generación a generación y es a través de la palabra hablada. Más tarde se divulga desde los papiros Egipcios, los mayores eran los encargados de trasmitir los cuentos históricos de personajes famosos.
China también es un país con una rica tradición oral con notables contadores de historias fantásticas.
De la narración escrita antes de la invención de la imprenta, se encuentran copias manuscritas sobre pergaminos. En cuanto a la temática son de origen épico, con historias heroicas.
Más tarde en los siglos XVI y XVII los juglares combinaban la música con la narración y contaban las hazañas de los héroes, como las del Mío Cid.
La narración hoy es breve, puede ser oral o escrita, suele contener pocos personajes y puede dar cuenta de hechos reales o fantásticos, pero siempre partiendo de la base de ser un acto de ficción. Hay quienes opinan que un final sorpresivo es requisito indispensable en este género. Su objetivo es despertar una reacción emocional impactante pero también mucho depende del narrador, él se apodera del texto y le ha de dar forma según su arte. Por eso decimos:

        “Es un desafío para narradores”

EL CRIMEN


Después de dar más de cincuenta mil vueltas en la cama decidí levantarme. Poner en orden el placard, me había agotado.

Nunca entendí ¿por qué, cuando estoy muy cansada, no puedo dormir? ¡Si se me cerraban los ojos!...

Fui a la cocina, miré la hora, eran las cuatro y diez de la mañana, levanté la cortina, y el Parque San Martín que está enfrente, hizo que se llenara el ambiente con la luz cálida de los focos de sodio que lo iluminan.

Sin prender luz alguna puse la pava para el mate, miré por la ventana. El parque estaba desierto en ese despuntar de primavera, las hamacas y las ramas de los árboles con sus recientes hojas se mecían con el viento. La legión de caminantes comenzaba a llegar a las siete, sólo un ciclista circulaba con su equipo de carrera que posiblemente venía a entrenarse;  cuando en  esa calle desierta apareció una camioneta gris, la seguía una moto con dos personas, llevaban puestos gorros pasamontañas que sólo dejaban ver sus ojos. Se pusieron  a la par de la camioneta, y el de atrás disparó repetidas veces con un arma larga sobre la ventanilla y el parabrisas.

La camioneta se detuvo a escasos metros de mi ventana, la moto salió a toda carrera. Pude ver la cabeza volteada del conductor. La luz iluminaba la parte trasera del vehículo y tomé nota de la patente.

Fui al comedor y llamé al novecientos once, conté lo sucedido, le di el número de la patente, me pregunto la marca del camioneta, pero como yo poco conozco de eso sólo le pude decir que era gris y no era un modelo muy actual Cuando regresé a la cocina la camioneta ya no estaba.

La policía estuvo en quince minutos, con ellos llegamos a la conclusión, de que el hombre no debió estar tan grave si se había ido.

Quedaron en que averiguarían por la patente para saber a quién pertenecía, me dijeron que era una patente con muchos números como las de antes, se extrañaron de que no fuese renovada, se marcharon para rastrear el lugar y tratar de encontrar la camioneta o la moto.

La impresión me duró varios días. En dieciocho años de estar viviendo frente al parque, nunca había visto un espectáculo violento en ese barrio tan tranquilo.

Una semana más tarde recibí una citación de la sección 5ª. Querían saber, si yo me dedicaba a hacer bromas al novecientos once.

 

Según la patente el vehículo pertenecía a Sebastián Rasore, de veintiocho años, asesinado durante el período del proceso militar, cuando circulaba con esa camioneta por el  parque San Martín…treinta y cuatro años atrás. La camioneta había sido retirada del depósito policial y destruida  tres años después del suceso.


martes, 18 de septiembre de 2018

LA TRAGEDIA DE SOLEDAD



Cuando ella entró, un remolino de fuego giraba envolviendo la cuna. Metió sus brazos en ese torbellino encendido y rescató al niño.
La ambulancia llegó cuarenta minutos más tarde… era difícil entrar en esos andurriales.
— El fuego ha tomado más del setenta por ciento de su pequeño cuerpo. Seguro que cuando lo sacó, ya estaba sin vida —aseguraron los médicos.
La vivienda de Soledad era muy humilde, ella trabajaba como doméstica en las casas de familia y lavaba ropa en el tiempo que le quedaba libre. Fue precisamente en el momento que ella estaba lavando en el patio de madrugada, cuando la vela encendida que alumbraba en la mesa de luz, cayó sobre las sabanitas de la cuna.
Su vida dejó de tener sentido a partir de ese momento. Ya nada le importaba. Lo había perdido todo, su niño, la casa, el marido, que la acusaba de la muerte del bebé, y ya no le quedaban más lágrimas para llorar. 
Le diagnosticaron una neurosis depresiva, que más tarde fue transformándose en una grave enajenación mental con delirios que los médicos clasificaron como psicosis.
La internaron en un hospital neuropsiquiátrico estatal de alta complejidad.
Después de cinco años de internación y la debida medicación, la enfermedad de Soledad evolucionaba favorablemente.  Ella ayudaba en la limpieza y a las enfermeras en algunas tareas del hospital. Los médicos eran optimistas con su diagnóstico, por lo que la derivaron al Servicio de Rehabilitación Laboral, para la reinserción en la sociedad y la externación, pues pensaron que el alta para ella, no estaría muy lejano.
Una psicóloga formó un grupo de teatro donde la incluyeron y una pequeña obra de Gámbaro fue presentada en el Teatro de la Comedia. 
Todas estas cosas la llenaban de optimismo y jugaban a favor de su recuperación.
Soledad estaba mejorando día a día y  fueron reduciéndole los medicamentos paulatinamente.
Llegó diciembre, los internos, hábilmente conducidos por una psicóloga, organizaban los preparativos para la Navidad. A un gran pino lo decoraron con luces y toda la fantasía de los adornos  fueron fabricados, por los internos en la clase de manualidades: globos de colores, estrellas y campanitas.
El entusiasmo reinaba entre los internos, pero más grande fue la alegría cuando comenzaron a armar el pesebre. El hospital tenía para ese fin, grandes imágenes del tamaño natural. Una habitación se destinó para armarlo: los pastores llegaban al retablo por un camino iluminado por pequeñas lucecitas, escondidas bajo el musgo seco pintado de verde; de un cielo estrellado sobresalía la estrella nova que guiaba a los reyes magos; una lámpara escondida detrás del retablo, hacia penetrar un rayo de luz, que alumbraba la imagen del niño en su cuna de tronco y paja.
Dispusieron a la virgen María y a José a ambos lados y detrás, el buey que daba simbólicamente, calor al niño con su aliento.

Aseguran que fue un cortocircuito de una lámpara lo que produjo el incendio.
Los ojos de Soledad desorbitaron frente al siniestro. Sin que pudieran detenerla, corrió hacia el retablo y, con ese impulso que algunos llamaron instinto maternal y otros locura, salió abrazada a ese muñeco de yeso.


EL EJECUTIVO Y LA NIÑA


  Se quedó en el parque esperando que abriera el Banco, tenía que hacer el depósito para la Robert´s Corporation.

Desde su pulido Volkswagen  metalizado, la observo por largo rato. Desnudó sus pechos aún no desarrollados con la imaginación de un sátiro. ¡Cómo había perdido los valores morales!... Si podía ser su hija, reflexionó, pero no lo era...

Allí estaba ella, sentadita en ese banco del parque, su pelo algo enmarañado, decolorado por el sol, acompañaba la escasa higiene de una carita angelical. Con su raído pantalón y la escotada remera, miraba los niños que jugaban en las hamacas y tal vez pensaba, que estaba demasiado grande para eso, pero en sus ojos se veía el deseo de intervenir.

Él se acerco, se sentó en su mismo banco y le preguntó:

— ¿Cómo te llamas?

—Marina –contestó.

 — ¿Cuántos años tienes?

 —Doce cumplo en abril

 — ¿A qué colegio vas?

 —Hace dos años que no voy a la escuela.

 — ¿Por qué dejaste?

 —Tengo que ayudar a mi mamá.

 —No tienes ganas de tomar un helado y que demos una vuelta, tengo el auto allí —dijo señalando. 

Los ojos de la niña resplandecieron.

Cuando llegaron a la heladería dejó a Marina en el vehículo y regresó con los helados.              

Pasado un rato,  ya iban con rumbo desconocido. Detuvo el vehículo a pocos metros del camino, estuvo jugando largo rato con su pelo, le pasó su mano por el hombro bajando su remera. Los más bajos instintos pasaron por su mente libidinosa. Pero cuando él avanzo sobre sus diminutos senos, ella le dijo con una transparente mirada:

— ¡Mi mamá se va enojar, es demasiado tarde! Mejor nos encontramos mañana, y vamos donde Ud. quiera.

Él, con sus cuarenta y cinco años y su escasa moral, pensó que valía la pena esperar. Retomó el camino de regreso y la dejó en el parque con la promesa de encontrarse a las cinco de la tarde al día siguiente.

Realmente era mejor, él tenía que hacer el depósito y luego ir a la empresa.

  Estacionó el vehículo, buscó los veinte mil dólares y los documentos en la guantera, pero ya no estaban.

Recordó impotente, el momento en que bajó a comprar los helados. 

    "Aseguran los vecinos, que periódicamente se lo ve buscando en el parque, a una niña, con el pantalón raído y sonrisa angelical."

           

 


EL CENSO


EL  CENSO

       Todas las ventanas estaban cerradas y sus pesadas cortinas de rollo, bajas, pero yo sabía que Marisa estaba adentro.
Hacía más de treinta años que ella llevaba una vida de encierro, creo que fue después de quedar viuda que se atrincheró en su enorme casona, que quedó en total abandono.  
— ¿Quién es? —preguntó sin abrir la puerta luego de mi tercer timbrazo. —Soy Lucy, tu vecina le contesté. La puerta se entreabrió dejando ver un comedor lúgubre, donde la falta de ventilación hacia emanar un penetrante olor a humedad. Descolgó las cadenas del seguro y, a pesar de mi negativa, insistió para que entrara.
—No, Marisa, sólo quería saber cómo estabas, hace más de un mes que no se te ve por el barrio—le dije.
— ¿Cómo quieres que esté, con esto del censo?—me contestó.
Marisa, única hija de un matrimonio muy mayor, había sido fruto del temor de sus padres que vivían de rentas, y poco o nada se conectaban con el mundo exterior. Nunca permitieron que Marisa saliera a trabajar y veían con desconfianza cualquier nueva amistad que ella tenía. Ya algo mayor, se casó con un hombre de semejantes hábitos paternos. Ricardito fue el único fruto de esa unión, de carácter alegre e independiente, que se fue a España, no por la situación preocupante del país, sino para huir del ambiente aplastante de esa casona. 
    —Es verdad, con la inseguridad que hay es todo un tema, pero es necesario que sepamos por lo menos, cuántos somos —le dije.
     —No pienso hacerlo, no quiero que me investiguen —decía Marisa y su delgado cuerpo se dejaba desplomar sobre el viejo y destartalado sillón de gobelino.
     —No tienes que dar el apellido, sólo te piden el nombre Marisa Es casi anónimo.
     —Pero con todas las preguntas que te hacen, después las utilizan para aumentarte los impuestos —me contestó molesta.
     —El censo se hace en todos los países desarrollados, es tan sólo para saber cuántos somos y conocer qué calidad de vida hay en un país, son sólo cifras comparativas, pensá que se hace desde la presidencia de Sarmiento —le dije mientras observaba la lividez de su rostro.
     — ¿Comparativas?
     —Sí, se comparan con los de otros países y con el censo anterior.
    —Pero si no hace mucho hicieron uno,  ¿y ahora de nuevo?
    —Marisa… ya pasaron 10 años del censo anterior —le contesté, observando que un marcado rictus se formaba entre sus cejas.
—Aparte de eso no estoy dispuesta a que extraños entren en mí casa, arriesgándome a que me den un palo en la cabeza, me vacíen la casa ¡O algo peor! —me contestó exasperada.
—Sí, eso es verdad, pero escuche en el noticiero que no es necesario hacerlos pasar, se los puede atender tras la reja  —le dije recordando mis viejos tiempos en que yo salía a censar,  tiempos en que la gente hacía pasar al censista, le convidaba con café o un mate, torta, galletitas y si era la hora de almorzar, no dudaban en invitarlo.
— ¿Que reja?, no ves que no tengo reja ni postigo, mi puerta es de madera maciza
—me contestó ya más alterada, contrayendo la mandíbula. En la cara de pánico se reflejaba su mundo interior.
—Bueno, yo te traigo el formulario, que lo bajé de Internet, lo llenas, se lo entregas y el censista lo transcribe a otro formulario con un lápiz especial, que permiten ser leído por una lectora óptica en todos sus códigos —le dije tratando de persuadirla.
No me escuchaba… el tema la había alterado tanto que sus puños se crispaban y tenía contraídos como estacas de sus delgados brazos.
Le recomendé que tomara un tranquilizante, al despedirme.
Marisa no figuró en el censo, pero no por negarse a él. En el velorio me enteré, que había fallecido la noche anterior de un ataque al corazón, por la gran tensión que le provocó a ella, ese censo del 2010.

INCERTIDUMBRE



Después de hablar por teléfono, guardó un silencio prolongado.
— ¿Quién habló? -preguntó Marcela.
—Propagandas, como siempre le contestó.
Era la cuarta llamada que Osvaldo recibía en una semana.
—Por qué Ana había comenzado a atormentarme de esta forma —pensó.
En cinco años de relación, las cosas marchaban bien, ella sabía que tenía una familia… que tenía una hija entrando en la adolescencia y también que esa hija era lo más importante en su vida.
Sí…esto venia desde tres meses atrás -reflexionó. ¿Qué pudo haber originado el cambio?, Marta…claro, su amiga del alma. Marta nunca me tuvo simpatía…Bueno, era mutuo, y hasta llegó a decirle a Ana que yo tenía celos de ella, ¡que ridícula!
Hace tres meses le conté, que había asumido la gerencia de la empresa… pero no, ella no es una mina interesada, nunca lo fue.
¿Y si se le presentó un candidato, con intenciones matrimoniales? Claro Ricardo… sí, ella hablaba siempre de Ricardo, lo admiraba, era el tipo diez, cursaron juntos análisis de sistemas. Sí, recuerdo el día que estábamos cenando en su departamento y él la llamó: se pasaron hablando como media hora, y yo como un pelotudo esperando.
No había duda, Ana nunca llamaba a casa y ahora hasta había amenazado con cortar la relación si no formalizaba.
¡Terminar sería la solución!  No… sería imposible… no podría vivir sin ella, es el complemento perfecto con Marcela… me quedaría un vacío… no podría soportarlo.
Pensó en Marcela, era lo más parecido a su madre. ¡Cuánto la necesitaba!
Pensó que lo mejor sería averiguar en qué andaba Ana.
A la mañana siguiente detuvo el auto a una cuadra del departamento que ella compartía con su gato y desde un negocio de enfrente esperó, era la hora aproximada en que debía entrar al trabajo.
Salió sola, la vio tomar el 412, pensó que era el micro que la dejaba en la empresa, eso lo tranquilizó.
A las cuatro de la tarde, esperó que saliera del trabajo. Quince minutos después, Ana tomó un taxi…no, no iba para su departamento. El auto lo había dejado a dos cuadras, tomó un taxi y la siguió. La vio descender frente a un edifico de departamentos, por la calle Rivadavia. Esperó casi una hora, ella salió sin compañía.
Por la noche fue al departamento de Ana y le dijo con aparente indiferencia:
—Por la tarde pasaba por Rivadavia al 900 y te vi entrar en un edificio de departamentos, te llamé pero no me escuchaste.
—Sí, no quise decírtelo… pero Lucas me dijo que hablara con vos —le contestó.
— ¿Cuánto tiempo hace que tienes relaciones con ese tipo? —le dijo con un tono resignado, pensando que no tenía derecho a reclamarle nada.
—Ya ni te acuerdas que Lucas es mi ginecólogo, claro, qué te puede interesar ¡Tengo cuatro meses de embarazo!

LA COMPULSIÓN DE ALBERTO



Lo que lo marcó a Alberto en su vida, fue que nunca se sintió querido por su madre. Tal vez por ser el cuarto, entre sus siete hermanos. Quizá fue la situación económica, que obligó a sus padres a enviarlo con una tía abuela a la edad de ocho años, para que se hiciese cargo de él.
“¡Si, fue a él! ¿Y, porqué precisamente a él?” Tal vez por ser el más rebelde y difícil de manejar, había hecho que su padre, un hombre muy estructurado, tomara esa decisión y la madre no pusiera objeción alguna.
A pesar de que la solvencia de su tía abuela no era mejor que la de sus padres, ella le brindó mucho amor y libertad, que le ayudaron a cambiar ese niño díscolo, por un personaje agradable.
Él llegó a sentir gran cariño por esa tía entrada en años, pero nunca le perdonó a su madre el desapego. Ella había sido el primer amor de su vida.
Terminados sus estudios secundarios se inscribió en Derecho. Fue allí donde comenzaron sus romances. Primero fue con Marcela, más tarde Lorena, María José… y siguió una lista interminable. Alberto, con su verba y una buena estampa, se involucraba en relaciones que eran sólo un desafío, una meta de conquista. Una vez logrado su objetivo, se lanzaba en busca de otro en forma compulsiva.
No logró terminar su carrera, pues el trabajo que había conseguido en una imprenta le tomaba tiempo completo.
Su situación económica, si bien era algo estrecha, pudo alquilar un monoambiente y comprar el  autito a su compañero de trabajo. Pero la relación sentimental de ese muchacho moreno, alto de ojos verdosos, no había variado, no le importaba si la presa era bonita, fea, gorda, flaca, casada, soltera, dulce, agresiva, joven o vieja, lo único que le importaba era tener una relación oculta, para no interferir con las otras. Sentirse amado era esencial, pero cuando la relación comenzaba a echar raíces, buscaba un conflicto y se alejaba.
El gozo que sentía con sus conquistas, lo compartía con amigos que poco o nada entendían sus objetivos.
Pero esta vez fue diferente, Carmen, hija de una reconocida familia cordobesa, que vivía en Cruz del Eje, había abandonado la casa de sus padres, para irse a vivir con él. Había cortado la relación con su familia, que no lo quería como integrante de la misma y lo peor del caso, es que estaba embarazada. Alberto le propuso un aborto que ella rechazó, por lo que se vio obligado a pensar seriamente en formalizar la situación, ya que en la década del 50 y en un lugar donde todos se conocían, no se veía con buenos ojos que una mujer soltera tuviera un hijo. Decidió casarse a pesar de que sus sentimientos hacia ella, no diferían de sus aventuras anteriores.
Los amigos le aconsejaban:
—Para tu oficio de amador, no es bueno casarte y con tus 45 años puedes ser más el abuelo que el padre.
Al nacer Ricardito, se mudaron a un departamento más grande. Nunca había querido a nadie como a ese niño, tal vez porque se veía reflejado en él.
Pensó en cambiar de vida, pero fue imposible, en forma compulsiva se involucraba en distintas relaciones amorosas.
Carmen se enteró de sus andanzas y lo amenazó con irse y llevar a Ricardito a casa de sus padres, con quienes después del nacimiento del nieto, tenía una buena relación. 
Los dos meses siguientes se dedicó a la familia. Quizá porque realmente quería cambiar, o tal vez  por una alergia que le había tomado todo el cuerpo. Su cara se veía invadida por ronchas que aumentaban en número, con sus estados de ansiedad.
Un dermatólogo le dio un tratamiento con corticoides, que no funcionó y lo derivó a un alergista. Éste, verifico la reacción a las proteínas, frutas y verduras, todo daba normal, tampoco parecía afectarlo la polinización de las plantas, ni los ácaros del medioambiente, por lo que fue derivado a un psicólogo.

Alberto siempre había pensado que a ese tipo de profesionales sólo iban los alienados, por lo que estuvo esquivando un tiempo la consulta al analista, pero como no encontraba solución, olvidó esos prejuicios y decidió ir.
Según el psicólogo, la abstinencia de su proceso compulsivo había dado lugar a esa alergia.
Las preguntas del profesional lo llevaron a su infancia, también a su juventud y madurez: Como trofeos, fue enumerando la legión de romances que pasaron por su vida.
Según el analista, a nivel inconsciente él buscaba a la madre en cada mujer conquistada, para recibir el amor que ésta no le había dado en su infancia, la que luego abandonaría, así como su madre lo había abandonado a él.
Pero lo que a Alberto más lo impactó fue cuando le dijo que en cada una de esas relaciones, sobre todo lo que buscaba era reafirmar su insegura sexualidad.